Ingreso en el psiquiátrico

El día que ingresé en el centro psiquiátrico, estaba acojonada. La psiquiatra que me había tocado, la hijísima de fundador del centro, me dio muy mal rollo. Su despacho era grande como un salón de actos, y muy tétrico, lleno de cuadros de familiares, y decorado rollo el comedor de mi abuela pero en lujoso. Ella iba con una muleta, se las quería dar de buena onda conmigo, pero no coló en ningún momento,y yo tenía claro que nos quería vaciar el bolsillo. Me dijo que sólo me iban a tener 3 días para ver si mejoraba de mi depresión leve (¿tres días? ¿a quién pretendía engañar?). Mi madre la creyó firmemente y me pidió que ingresase por ella. Con el dinero que pagaba por estar un día allí me podría ir a Londres una semana.

Conocí a uno de los enfermeros, y me pareció el típico cani, con el nombre de su hija tatuado en el antebrazo bien grande, seguro tenía un coche tuneado y escuchaba bakalao, me dijo que allí iba a estar muy bien, que no me preocupase por nada. Me sonó todo al típico discurso que le sueltan a todos, pensé que podría esmerarse un poco más, se notaba a leguas que le importaba un pepino si yo estaba allí cagada de miedo o no.

Yo no podía con el pavor que me daba todo, desde el lugar, que me pareció horroroso, el dinero que iban a tener que pagar mis padres, con el que se podían ir a Cancún dos semanas, la situación que era totalmente nueva para mí, pensar en que se podría enterar alguien, mi cabeza era una olla a presión, no paraba de llorar y casi no podía respirar de la ansiedad que tenía.

Bajamos a ver la cafetería y entré en barrena, había gente muy jodida, la mayoría iban casi babeando de la cantidad de pastillas que llevaban encima, caminaban lento, y llevaban la mirada perdida. No aguanté ahí ni un momento y preferí irme a la habitación. Al llegar me fui directa al lavabo a vomitar, tenía una ansiedad brutal.

A la hora de la cena decidí salir un momento y se me empezó a presentar todo el mundo, estaba en la quinta planta (la de pago) debía haber 14 habitaciones más o menos, y allí se llevaba bien todo el mundo. Yo seguía rígida y cagada de miedo. Una chica me explicó que llevaba allí una semana y le había cambiado la vida, que la primera noche le habían metido un chute de valium mediante pinchazo en el culo por la ansiedad que llevaba. Eso me dio alguna esperanza, y lo único que quería en ese momento era que me enchufasen el valium como a ella.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Diarios de ansiedad

El vacío